El perfil de las piezas del puzzle, en otro tiempo compacto y uniforme, comienzan a definirse lentamente, hundiéndose en las juntas. La fragilidad de su imagen las hace ondularse y abatirse.
Observamos soltarse un pieza para caer, sin remedio, en las llamas del olvido, dejando un espacio vacío en su lugar, un vació que estremece nuestro fluir.
Obsesionados tratamos de sostener las piezas en su lugar y cuanto más forzamos, más debilitamos su contorno.
Se deshacen en nuestras manos, se nos escapan entre los dedos.
Lloramos amargamente la devastación de nuestro nexo y el rechazo, la duda y la incomprensión se apoderan del reino de nuestra comunicación.
El perfil de las piezas del puzzle en otro tiempo compacto y uniforme se muestra afilado como el abismo que las contiene.
Sólo cuando dejemos de observar las piezas y veamos todo su conjunto regresara el fluir, la comunicación y el sentimiento mutuo.
Sólo cuando aceptemos el cuadro que se dibuja en nuestras vidas nos daremos cuenta que el puzzle en realidad es el lienzo.
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